Siglo XX
La centuria que hace 15 años que abandonamos, ha sido un siglo poderoso, de grandes potencias continuadoras de imperios, industria militar y ciencia para matar.
Y un siglo de absurdas denuncias, de hirientes desigualdades, de crisis y debates en los que se ha puesto en cuestión todo y se nos ha respondido desde el pasado y desde el futuro.
Era de violencia, rebelión de las libertades, barricada de la protesta, apoteósis americana, epifanía de la mujer, trinchera de los nacionalismos, derrota de la razón.
Este siglo paradoja terminó su recorrido con gigantescas dudas sobre lo que el hombre ha hecho y lo que le queda por hacer, lo que ha amado y lo que ha dejado vivir.
La gloria de Einstein y el horror de Hítler. El viaje a la Luna y el paseo estalinista de Siberia. El alma grande de Gandhi y el drama del tercer mundo.
La mujer es el hecho social más relevante del siglo XX, en el que el machismo se vuelve cada vez más clandestino y se ve obligado a hablar en voz baja.
Mirar a una mujer como persona y no como hembra es todavía un ejercicio social costoso entre la libertad de la clase media de occidente.
Sometida a estrecha vigilancia cultural en Oriente y África, sacrificada no menos culturalmente al hogar en Europa o América, inexistente o humillada por las iglesias, el horizonte de la igualdad real es aún una utopía para las mujeres.
Al estrenar el siglo XX, la tierra era un planeta de aldeanos. La humanidad inuguró centuria como una sociedad campesina y la abandonó como una sociedad urbana, sobre todo en los países desarrollados.
Los condenados de la tierra, siguen dándose cita en todas las latitudes, pero con desesperante insistencia y número, al sur de las zonas más occidentalizadas, desde la llegada masiva de los desheredados, sirven de argumento para el resurgir de la xenofobia y para explicar los rebrotes del nacismo en Europa o los Estados Unidos, principales gendarmes de la frontera de la abundancia.
Desde Iberoamérica, tierra también de los humala y los subcomandantes Marcos, el brote caudillista de los Evo Morales y Hugo Chávez, nos advierten de que la frustración y la indignación por las desigualdades sociales pueden cuajar en conflictos y candidaturas a tiranos.
El siglo XX, es el siglo americano. Hoy resulta fácil aceptar esta afirmación, pero en 1900 cuando estaban llegando bajo la estatua de la libertad, todos los desarraigados que les sobraba a Europa, nadie hubiera imaginado que aquellos millones de hambrientos, sumados a otros tantos negros africanos, iban a ser capaces de rebasar al continente madre.
Sólo durante los años 60 del siglo pasado, la fuerza del sueño americano se teñiría de negritud, consiguiendo arrancar derechos civiles en la educación, el alquiler de viviendas o el trabajo.
Sueño frágil que se había fraguado golpe a golpe en un penoso camino ensortijado de palizas, detenciones, multas y violencia, desde que un día de diciembre de 1955, Rosa Parks, costurera negra de Alabama se hubiera negado a ceder su asiento a un hombre blanco en un autobús, como habitualmente venían haciendo los hombres y mujeres de su raza.
Los Estados Unidos se han quedado solos al frente del mundo, porque su otra compañera de dominación durante casi 50 años, la URSS, se desinfló mientras un himno a la alegría iba Brandemburgo arriba.
La revolución rusa es la revolución del siglo XX por antonomasia. Inacabada para unos, prematura para otros, fracasada finalmente, su dimensión e influencia hacen que ocupe un lugar clave en el acontecer de la historia.
Decenas de miles de alemanes atravesaron la noche del 9 de noviembre de 1989 la puerta abierta de la historia, aquel Muro de Berlín prohibido, al que los vecinos de ambos lados miraban con horror y vergüenza, a punto de cumplir 30 años. Nadie se lo impidió. En las torres de vigilancia, soldados incrédulos contemplaban la riada humana contra la que por primera vez desde 1961, no había orden de disparar.
Cuántas víctimas, cuántas sangres, cuánto dolor ha causado la cuestión de las fronteras. No tienen fin los cementerios donde yacen aquellos que murieron en el mundo, defendiéndolas. Igual de infinitos , son los cementerios de los osados que intentaron ampliar las suyas.
Junto al nacionalismo ciego y al racionalismo que oscurece el cielo del siglo XX, es el fundamentalismo religioso, que suscita el entusiasmo de las muchedumbres, desheredados de la globalización.
He aquí una paradoja: manejamos el mayor número de información de la historia, pero somos incapaces de asimilarla. Los acontecimientos pierden su significado más allá del impacto concreto que son capaces de crear los grandes medios de comunicación.
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